La Colina Del Desencantado
                      Jorge Onfray Barros

Ésta es la casa del poeta. Ésta es su colina, la mágica colina marítima. Y éstos son sus viñedos, éstos sus ondeantes trigos, sus árboles, sus huertas, sus hondonadas ricas de sombra y humedad.

Pero sus fabulosos dominios no se extienden sólo a la hacienda que heredó, amorosamente cultivada trecho a trecho; ni a los campos de frenéticas simientes; ni a los cerros que, cual costras de pan duro, ondulan sobre el litoral: se extienden más allá de la ciudad, más allá de las playas; terminan en la línea azul del horizonte. El deseo y el conocimiento son principios de posesión: ¿quién más que el artista puede poseer? ¿Crear no es acaso poseer? Y, ¿quién sino el artífice crea lo que el Señor olvidó crear? El poeta dijo en sus versos:




Entrevistas
Entrevistas
 

Sólo para nosotros viven
todas las cosas bajo el Sol,
El poeta es un pequeño Dios.

Y, ¿qué es el mar para el poeta, para este Vicente Huidobro, actor y víctima voluntaria de sus obras? Un retablo de olas y algas donde desarrollar sus sueños. El lo ha dicho también: El mar puede apenas ser mi teatro en ciertas tardes.

Allí, pues, vive el escritor, en buscado exilio, rodeado de sus seres queridos, visitado por sus discípulos, en la alucinadora tarea de crear, la que comienza leyendo y releyendo, observando, meditando y que concluye componiéndose las febriles estrofas.

Yo creía, en los días de convivencia, que Huidobro se había ya desinteresado de los dilemas humanos y escépticamente dejado de preocupar de dilucidarlos. Seguía como siempre unilateral y violento, tan henchido de ardores: ciego y apasionado en sus ternuras; sonriente, socarrón en sus odios; encumbrando a los ausentes amigos a inalcanzables alturas, pisoteando con los pies del escarnio y del desprecio a los adversarios; irónico, acre, alerto como nervio excitado, rápido de labia, pronto al cariño y a la burla, suave en la alabanza, implacable en la invectiva. Pero, en apariencia, desvinculado de toda síntesis impersonal, universal. Tal yo creía. Hasta que le sonsaqué las verdades y logré que me hablara, buscándole, adivinándole los temas preferidos, comprendiendo de fuente directa su limpio amor al hombre y eso que una vez dijo: El hombre es el hombre y yo soy su profeta.

Mi hazaña de hacerle conversar no era grande, porque el escritor se complace en charlas, en diatribas, en conclusiones dialécticas; y cuando abre la boca, con la facilidad y firmeza de quien tiene algo que transmitir, cuando redondea su opinión, que es siempre un mensaje, alza la voz, los ojos fijos, la boca temblorosa, con exaltación verbal que no admite al auditor duda ni réplica.

Era una tarde de este invierno, tibia y celeste. Yo acompañaba a mi anfitrión por polvorosos senderos que serpenteaban entre las malvaviscas mordidas por las liebres. Dejamos atrás el bosque de eucaliptos cenicientos, los sauces y los saúcos, y los aromos con sus pálidas yemas y los grupos de fucsias agitadas por la brisa como campanillas de carnaval. (No sé describir ni enumerar los colores, los perfumes ni el significado de las cosas que nos rodeaban. Y, aunque fuera forzoso trazar el marco natural, sería imposible hacerlo porque los olores y los perfumes y el sentido lírico de todo variaban como regalos de cada minuto).

Curioso era escuchar al poeta, bastón de tallada encina en mano, pistola al cinto, lanzando vibrantes respuestas coreadas por sus negros y olisqueadores perros que nos seguían, ladrando y saltando a nuestras piernas...

 

La Guerra y la Poesía

La guerra es el ritomello que tiñe de amargura los labios de Huidobro. Hecho explicable para quien estuvo cuatro terribles años soportando en carne propia y sensibilísima el calor de las masacres, amenazado segundo a segundo por la muerte, sintiendo a su vera las acechanzas de la muerte, la sangre inútilmente vertida, el hedor de los cadáveres, presenciando el pillaje de las ciudades y la violación de las mujeres. Espectáculo bárbaro que trae un execrable e inevitable recuerdo, un nuevo y doloroso modo de asistir a la vida.

¿Hasta qué punto ha cambiado su poética el contacto directo con la experiencia brutal de la guerra? -le pregunté.

Yo mismo no lo sé. Lo único que sé es que me siento más lleno de poesía, de ideas que afirmar, de cosas que decir. Siento un vigor y una plenitud como nunca: un renuevo total.

Vea usted: la guerra produce un desprecio, una desilusión del hombre. Pero, al mismo tiempo, una gran ternura por esos niños desvalidos, desorientados, que se llaman hombres; un fondo de ternura que se entremezcla constantemente al desprecio, haciendo desaparecer todo sentimiento demasiado rotundo.

Cabe preguntarse por qué el nombre de niños se trueca de pronto por el de hombres, y por qué no por el de fantasmas o el de títeres. Los hombres son fantasmas o fantasmones un poco más peligrosos que los niños, porque son actuantes y, por esto mismo, más cómicos o más trágicos.

¿Cambia un hombre que ha leído todo Shakespeare, o todo Cervantes, o Pascal o Montaigne o Dostoyevski? Sí cambia. Y si a la mayoría nada le pasa es porque no ha comprendido nada.

Muchísimo tiene que transformarnos la guerra. La sangre, los alaridos de dolor, los gritos de rabia, el ruido infernal de los cañones, todo ese drama siniestro, ¿se soporta acaso fácilmente? Claro que sí. Increíble es cómo el hombre se habitúa a todo, pero también es innegable que el horroroso peso de esa visión cotidiana ha de dejar profundas huellas en su espíritu. Pasar días y meses por sobre moribundos tiene que modificarnos; el choque tan acelerado de las sensaciones y de los sentimientos debe forzosamente hacernos variar.

No sólo mi poética sino toda mi persona y mi manera de mirar la existencia y de sentirla tienen que haberse transmutado. Un amigo me decía que la vida ha sido demasiado generosa conmigo y que, en estos tiempos tan artificiales y tan llenos de mediocridad, yo soy uno de los raros poetas con vida de poeta... Yo opino que la mediocridad triunfante ha existido siempre; es natural que así sea, porque lo fácil es más asequible que lo difícil. Lo fácil desaparece pronto, pero lo difícil, más duro de masticar, lleva siempre semillas de eternidad.

 

Panorama Actual y Futuro

El miedo a la bomba atómica, ¿Puede traer la paz y acabar definitivamente con las guerras?

—No. Lo mismo se dijo hace años a propósito de los gases asfixiantes. Ningún progreso bueno para la guerra lo es para la paz, salvo que los hombres sean capaces de volverlo al revés completamente. Lo que sería un problema de adelanto espiritual y no material.

Es lamentable que la utilización de la energía atómica haya empezado en el plano bélico. Es una mancha en el destino de la humanidad que nada podrá borrar y que autorizará a nuestros descendientes para mirarnos con muy legítima compasión.

—¿ Cómo ve usted el panorama del mundo actual y los problemas en que nos debatimos?

—El hombre pasa por un mal momento de su historia. El gusano está dentro de su capullo, en una larga noche, devorándose a sí mismo, para luego salir convertido en algo más espiritual, menos grosero.

Desgraciadamente hay demasiadas fuerzas oscuras que se oponen a toda metamorfosis. El primer asunto es que todos los dirigentes políticos son tontos, ciegos, sordos y, ¡oh, calamidad!, no son mudos.

Se diría que la inteligencia ha emigrado a otros sectores: ciencia, poesía, artes plásticas, ingeniería, arquitectura o medicina.

Esos angelitos de la política pretenden resolver conflictos del siglo XX con mentalidad del siglo XIX..., y de la peor época de esa centuria. Hay que jugar con otro naipe que ellos no conocen. Ya no hay reina de pique, ni as de trébol, ni caballo de copas, ni siete de bastos; los que conocen la nueva baraja no encuentran sitio para sentarse y empezar la nueva gran partida histórica..., a menos que saquen a los otros por la solapa. Paréntesis que será de violencia y confusión en la sala.

Toda esa batahola de vulgaridad nos está desilusionando. El hombre moderno está sufriendo de una especie de vértigo de ausencia: no sabe a quién creer ni en qué creer. Contradicciones y confusionismo lo arrastran a la exasperación; de pronto oiremos la trágica alarma, el "sálvese quien pueda", y entonces veremos un lindo caos ("Sálvese quien pueda" es el título de un acápite en una de mis obras).

Nunca hubo tanto asco sobre la tierra. Sin embargo, en medio de la desilusión general, jamás ha habido un mayor número de ilusiones particulares. No perdemos la esperanza; deseamos ser mejores y lo seremos, pese a todas nuestras caídas, nuestros tanteos, nuestras vacilaciones.

No obstante, hay todavía quienes creen que esta guerra se hizo para conseguir la supervivencia del mundo más reaccionario y más antihistórico. ¡Cuánto esfuerzo se ha desplegado en perfeccionar los métodos para aplastar al hombre! ¡Cuán poco en desarrollar los que enseñarían a libertarlo, a dignificarlo y elevarlo!

 

Política, Cosa de Tontos

—¿ Concibe usted al poeta en función política?

—Lo concibo en función poética, o sea, en función de su oficio, que es un oficio largo y difícil, y tan absorbente que un espíritu serio no tiene margen para otras ocupaciones que exijan también atención y estudio.

Peligrosa es la absorción de la política. En general, los políticos son bastante estúpidos, mentes vulgares sin cultura; están llenos de ambiciones pequeñas y obsesionados por el éxito inmediato, son resbaladizos, tramposos. ¿Qué saben ellos de poesía? Nada; por eso proclamarán a los mediocres y no comprenderán a los realmente superiores. Sólo los poetas semejantes a ellos pueden avenirse con ellos; la mediocridad habla el mismo lenguaje. Casi todos los poetas con una dominante política entregan la dignidad de su profesión, no solamente porque no la comprenden ni la sienten, sino además por razones de arribismo. Tal es el fenómeno corriente.

Las tiendas políticas poseen hoy día un aparato muy bien montado para la propaganda de sus feligreses. Ayer eran los jesuitas los que tenían la más excelente técnica propagandística; ahora, otras sectas y partidos son los herederos de esa técnica. Pero el confusionismo sembrado es momentáneo y a corto plazo.

Se achaca a ciertos bandos de extrema izquierda el monopolio de inflar peleles , pseudoartísticos. Pero, ¿puede olvidarse el número de imbéciles literarios que inflaron el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia? ¿Y a ese señor José María Pemán, el supremo paquidermo de la lengua castellana hinchado por el falangismo hispáico?

—¿Cuál es la cuestión vital de nuestro tiempo?

—Ésta es una tremenda pregunta que necesitaría muchas páginas para ser contestada.

El mal del siglo, lo repito, es un vértigo de la nada, un vacío que siente el hombre que no tiene fe en nadie ni en ninguna doctrina, y que no puede tenerla porque ni los sujetos que se presentan como dirigentes ni las doctrinas la merecen.

En todas las criaturas verdaderamente conscientes reina un estado de angustia; ningún espíritu se siente cómodo en este ambiente de hoy, tan gaseoso y caótico. Súmanse los desequilibrios hasta formar un desequilibrio total; y no se oye una voz que pueda resolverlos, coagular la catástrofe, presentar una solución tangible y satisfactoria.

Mi problema, muy personal, se resuelve en vivir en armonía con los seres circundantes y en consagrarme a mi oficio. En poseer el sentido de la grandeza, en construirse uno mismo cada día y en sentir fuertemente esta construcción íntima en tal forma que ella alcance caracteres universales,

Los que han vívido largos años en la desarmonía saben toda la importancia del vivir armónico. Lo conocen y aspiran a ello. Fundamental es establecer en el globo el mayor bienestar posible y la seguridad de todos, no de unos cuantos privilegiados. Se trata de fundar un nuevo idioma que no sea defensivo, temeroso, equívoco, sino firme, sólido, de hombre a hombre, no de tramposo a tramposo.

 

Los Escritores Atacarán...

Nos detenemos en una vertiente de cristalinas y delgadas aguas. Huidobro enmudece, admira un rato el cielo que se va poniendo tenue de luz; y, después, se dobla a recoger al borde de la sonora cascada unos hongos gigantes. Y con delectación de abate de la Edad Media, me anticipa los sabores de la próxima cena: la sopa de cebollas, la carne y el vino, los, hediondos y magníficos quesos, los postres innumerables.

—Vicente, ¿qué ha hecho usted después de haber sufrido el hambre en Europa?

—Comer con más ganas que antes.

Y al cabo de una pausa, le interrogo sorpresivamente:

¿A quiénes deben atacar los escritores?

A todos los valores falsos que obstruyen el paso de la verdad. A los fanáticos de cualquiera doctrina que entorpezcan la marcha de la libertad. A los esclavos de sus propias pasiones que impidan el desarrollo de la bondad. En una palabra, a todos aquellos en los cuales domina la animalidad de los ancestros primates sobre la razón.

Felizmente hay una favorable reacción. El número de los que despiertan a la realidad aumenta cada vez más. A pesar del odio y de los ataques de la mediocridad, a pesar de las negras intrigas de todas las cofradías de izquierda o de derecha, a pesar de todos los "esclavos de la consigna", la luz seguirá creciendo y aumentando su calor vivificante dentro del cerebro humano para equilibrar a la tierra que se enfría.

Los falsos valores levantados por conveniencias del momento van desinflándose con rapidez pasmosa. Un amigo me declaraba el año pasado, en París: «Si Paul Eluard, obligado por consignas, declarara que Félix Potin o el pequeño Picetti eran grandes poetas, nadie le creería. Todos nos reiríamos. Hace algún tiempo, muchos jóvenes lo habrían tomado en serio». Esto es exacto. La seriedad va imponiéndose.

 

La Última Etapa

—He leído en un periódico inglés que a usted lo colocan, junto con André Breton, Paul Eluard y Elliot, entre los más grandes poetas de esta era. ¿Qué piensa usted de ellos? ¿ Qué artistas prefiere?

—Breton es un hombre de inteligencia asombrosa; hablé mucho con él, últimamente, en Nueva York; es uno de los pocos que no han decaído en absoluto en la hecatombe intelectual paralela a la guerra. Es un poeta de verdad.

En cambio, Elliot es un mediocre, un pequeño Claudel pueblerino y latero. Me gusta Hans Arp, el único con quien he escrito un libro entero; me gustan René Daumal, que murió durante la guerra; Jacques Prevert, que era para mí un oasis de poesía y cordura y Henri Michaux y Ribemont-Dessaignes. En resumen, mis amigos del corazón y los que más frecuenté en los días en que iba a París con permiso desde el frente.

—¿Cuál es su última etapa poética?

—Me referiré primero a la penúltima, a los libros nacidos en la guerra.

Uno se llama Sin días y sin noches, y trata principalmente de esa sensación de estar fuera del tiempo que yo experimenté, sobre todo, al final del conflicto. Otro se llama Utilidad de las estrellas, y se refiere a la sensación de verse protegido y guiado por un destino especial, como defendido por la misma poesía cual un hijo inválido por su madre. El tercero es un libro de poemas que titulé El precio del alba (anunciado ya hace más de un año en Francia y en el Uruguay). Estos poemas muestran el precio que yo he pagado -y que fue casi mi vida- por un renacimiento espiritual completo, por la plenitud, por la renovación absoluta de mi ser.

Respecto a la última etapa, puedo adelantarle que ella se compone de poemitas en un tono muy diferente, quizá con algún parentesco con Tout à Coup. Algunos que han leído esos versos inéditos los encuentran demasiado desprendidos o desencarnados. Tal vez lo sean. En todo caso, obedecen a un momento muy primordial de mi vida.

Pronunciadas estas frases con timbre grave y sereno, el poeta se envuelve en hondas reflexiones. En lo alto de la colina, destacándose en el crepúsculo, surgen las ágiles siluetas de su esposa, de su hijo. Lo llaman insistentemente, y él, sacudiendo las dulciamargas ideas, alegrado de súbito, acude a los frescos clamores.

Yo permanezco solo y pienso: Huidobro es la imagen del desencantado.

No cree como antaño, con entusiasmo, abiertamente, en los prodigios del género humano. Más no se desespera. Y busca nuevas y apacibles fórmulas de luchar por ese bien que le está faltando a los hombres.

No quiere que le sigan los prosélitos ni se ilusiona en una virtud contagiosa de sus lecciones. El dice una verdad que a todos alcanza, que habíamos olvidado, pero inesperada y muy amplia. Y eso le basta.

[Zig Zag (Santiago de Chile), 26 de septiembre de 1946.]