El malestar de la cultura

 A Inés Echeverría, en septiembre de 1910, saliendo de Chile en plena celebración, se le atribuye -desvelada en el coche dormitorio del tren transandino- la siguiente reflexión: "Mis amigos intelectuales impugnan este derroche excesivo e inútil del centenario: ¿Qué hemos hecho realmente en este siglo por el desarrollo y bienestar de todos los habitantes de nuestro país? Tancredo Pinochet, Nicolás Palacios, Francisco Encina, Luis Galdames, Alejandro Venegas...critican ácidamente a la sociedad gobernante; la necesidad de una industria nacional; los vicios de la educación; la amarga e injusta situación popular. En general el arte y la "inteligencia" hacen un profundo autoanálisis que entrega una visión muy distinta a la de los discursos oficiales, inauguraciones, primeras piedras y fuegos artificiales"(17). Se trata de expresiones del malestar de la cultura ante los desafíos de la modernidad, desafíos que han sido hasta ese momento asumidos según los patrones de la modernización oligárquica.

 De todos los autores mencionados Alejandro Venegas (1871-1922) es sin duda el que con mayor vehemencia y de modo más explícito vincula su postura crítica a la celebración del centenario. Egresado del primer curso del Instituto Pedagógico (1889-93) Venegas ejerció como profesor en liceos de Valdivia, Chillán y Talca. Con el objeto de tener un conocimiento de primera mano de los problemas sociales recorrió desde la araucanía hasta las salitreras, disfrazado de campesino, de mercader o de simple viajero despreocupado. Con el seudónimo de Dr. Julio Valdés Canje, practicó el género "cartas al gobernante", en la perspectiva de hacer el diagnóstico de los males del "reino", de dar consejo y advertencia.

 Un año antes de la celebración del Centenario, en Cartas al Excelentísimo D. Pedro Montt (sobre la crisis moral de Chile en sus relaciones con el problema económico de la conversión metálica), de 1909, Venegas utiliza ya el campo metafórico en el que va a instalar al centenario: por una parte la apariencia engañosa, la cáscara que encubre la realidad; y, por otra, la metáfora de la enfermedad (tan cara al positivismo finisecular). Se trata del paradigma de los dos Chiles: el Chile oficial o público (al que semantiza con imágenes como "manto de seda", "barniz", "bombos y platillos", "oropeles" o "piel") y por otra el Chile íntimo, el país enfermo y putrefacto que requiere cirugía (al que semantiza con imágenes como "órgano gangrenado" "el pecho carcomido por el cáncer", la "charca cenagosa", las "acequias pestilentes").

 Más tarde, en 1911, Venegas publica Sinceridad, Chile íntimo en 1910. Se trata de 26 cartas dirigidas al presidente Ramón Barros Luco(18). El autor ofrece el libro como una contraparte de "sinceridad" a la imagen oficial y pública que emerge en torno al centenario: "Acabamos de celebrar -dice- nuestro Centenario y hemos quedado satisfechos, complacidísimos de nosotros mismos. No hemos esperado que nuestros visitantes regresen a su patria y den su opinión, sino que nuestra prensa ha ..empuñado el incensario y entre reverencia y reverencia nos ha proclamado pueblo cultísimo y sobrio, ejemplo de civismo, de esfuerzo gigante, admirablemente preparado para la vida democrática, respetuoso de sus instituciones...en una palabra, espejo milagroso de virtudes en que deben mirarse todos los pueblos que aspiran a ser grandes...". Frente a esta euforia y "cuando aún no se apagan los ecos de las salvas, ni los acordes de las músicas marciales que pregonan nuestra mentida grandeza" el autor se propone rasgar el tupido velo, "para mostrar el pecho carcomido por el cáncer" y llevar "a los altares de la patria una ofrenda sincera" que permita "estampar la verdad desnuda".

 Su punto de vista es el del caminante (de hecho Venegas recorrió a pie casi todo el país). Cuando se mira "la llanura desde las cumbres" -dice- "hasta el ojo más experto está expuesto a engañarse: desaparecen los detalles, los contornos se suavizan, los objetos se confunden; el arroyo puro y transparente y la charca cenagosa y putrefacta brillan con la misma nitidez de la plata bruñida...pero el que por esa misma llanura camina a pie, cansado y sudoroso...ve las cosas de modo muy diverso". Desde esa mirada de caminante, pero con la mente empapada de ideas que provienen de dos corrientes intelectuales que se trenzan en la época (el ideario laico y positivista, el cientificismo y el darwinismo social por una parte y el arielismo y el humanismo cosmopolita, por otra). Son ideas que casi le impiden -como ocurre con todo caminante- acceder a lo imprevisto; Venegas, con ese punto de vista e instalado en la llanura, pasa revista a distintos aspectos del país, mostrando en las 26 misivas un "Chile íntimo" que no se corresponde con el que aparece en el Baedecker del centenario.

 Santiago, más allá de los afeites, aparece como una ciudad que no puede ocultar "sus calles mal pavimentadas y cubiertas de polvo, sus acequias pestilentes, sus horrorosos conventillos...sus interminables y desaseados barrios pobres". "Nuestras mejores ciudades son un amasijo de mármol y de lodo, de mansiones que aspiran a palacios y de tugurios que parecen pocilgas, de grandeza que envanece y de pequeñez que averguenza". "Si vos pudiérais (señor Presidente) dejar por unos días los palacios y descender a los conventillos de las ciudades, a los ranchos de los inquilinos, a las viviendas de los mineros o a los campamentos de los salitreros, vuestro corazón se enternecería y vuestro rostro se enrojecería al ver la vida inhumana que llevan tres cuartas partes de nuestros conciudadanos".

 Se refiere luego a la marcada diferencia entre la "clase alta y la de los proletarios", al "despotismo de los magnates" y al "despojo de los débiles". Hay coincidencias entre estos planteamientos de Venegas y una conferencia dictada por Luis Emilio Recabarren, en septiembre de 1910, en Rengo, con el título de "Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana". "La fecha gloriosa de la emancipación del pueblo no ha sonado aún" dice Recabarren. "Las clases populares viven todavía esclavas, encadenadas en el orden económico, con la cadena del salario, que es su miseria; en el orden político con la cadena del cohecho, del fraude y en el orden social con la cadena de la ignorancia y de sus vicios, que les anulan para ser considerados útiles a la sociedad en que vivimos". La perspectiva de Recabarren -más sistémica y de filiación marxista- contrapone lo que llama "el progreso económico de la burguesía" que ha "significado crímenes y vicios en toda la sociedad" con el no progreso de los "proletarios". En cuanto al progreso intelectual dice que sólo se ha dado en la clase media. La utilización algo rígida de la categoría de clase y de conceptos como "burguesía" diferencian claramente el punto de vista de Recabarren del de Venegas.

 El Dr. Valdés Canje toca aquí y allá el tema de la moral y de la carencia de espíritu cívico. La crisis moral es "el síntoma más alarmante de esta sociedad enferma; casi me atrevería a decir que más que un síntoma es la dolencia misma". Plantea que los partidos políticos no presentan más diferencias entre sí que el nombre: "todos tienen -dice- un mismo ideal: la propia conveniencia y una misma norma de conducta: el fin justifica los medios". Da ejemplos de corrupción: cita el caso de un caballero perteneciente a la Inspección General de Instrucción Primaria, que murió "a consecuencia del abuso de los placeres sexuales" obtenidos utilizando desde su cargo una suerte de "derecho a pernada". Fustiga el "patrioterismo vocinglero" y el militarismo chauvinista, y se declara partidario de un patriotismo profundo de corte pacifista y cosmopolita, que se alimenta del "amor a la humanidad". Critica, en la tradición del positivismo laico y cientificista, a la religión y al comercio, a los que opone la ciencia y la industria. Se pliega, por otra parte, al arielismo, al criticar a quienes pretenden inculcar en la enseñanza secundaria y superior el espíritu práctico y utilitario, olvidando las fuentes de la "cultura elevada".

 Para Venegas el "remedio" a los males del país debe provenir del gobierno. "Yo pienso -dice- que nuestra regeneración debe provenir de las alturas; pienso que es de absoluta necesidad que así sea, si no queremos ver convertidos en páramos nuestros campos y en ruinas humeantes nuestras ciudades". La advertencia es clara: reforma para evitar la revolución. Precisamente la carta 26 y última se llama "Reformas en el orden del día".

 Las reformas propuestas van por el camino de enfatizar la moral cívica, la educación y la enseñanza en todos los ámbitos, incluso la enseñanza agrícola e industrial en las cabeceras de provincia. También una legislación obrera que reglamente la jornada de trabajo y los derechos de los asalariados. Medidas contra el alcoholismo, desarrollo de la industria, reformas económicas (conversión metálica) e inmigración controlada (sólo de alemanes). Ideas, en fin, que no son nuevas, que se encuentran y circulan en el ensayismo social e incluso en las novelas de la época, ideas que señalan que un modelo de sociedad se agota y requiere urgentes correcciones, preparando así el clima cultural que va a confluir en la elección de Arturo Alessandri Palma y en el fin de la república parlamentaria.

 

Contexto Cultural y Textos Críticos
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